Este era un trabajo socialmente muy valorado, ya que permitía difundir el conocimiento entre quienes
podían acceder a tales copias. Por aquellos años nadie que se dedicase a
escribir se sentía perjudicado si sus textos eran copiados, ya que la
única manera de reproducirlos era, como vimos, gracias al trabajo de los
copistas; es decir el concepto de "Derecho de Autor" o "Copyright" no
llegó si no hasta que el sistema capitalista en el cual vivimos diera
sus primeros pasos.
Este ecosistema de autores y copistas funcionaba en
relativa armonía hasta que Johannes Gutenberg en 1449 reinventa la
imprenta de tipos móviles que cuatro siglos antes había desarrollado Bì
Shēng en China. Con la llegada de la imprenta el trabajo de los copistas
carecía de sentido si lo que se buscaba era solamente reproducir textos,
ya que la misma introducía una economía de escala en la reproducción
seriada de libros que ponía patas para arriba el viejo paradigma. Para
un copista copiar cien libros insumía exactamente cien veces más tiempo
que copiar uno sólo, pero para la compleja maquinaría industrial los
tiempos decrecían exponencialmente cuantos más libros se quisieran
producir.
La propiedad nos priva
En los albores del capitalismo el
desarrollo de Gutenberg se masificó de tal manera que los editores
londinenses comenzaron a reclamar derechos exclusivos de reproducción a
perpetuidad cuando adquirían un original. Según su visión, esto les
permitiría garantizar la inversión que realizaban en maquinarias,
equipamientos y mano de obra. Así fue como en 1710, la Reina Ana de
Estuardo en Inglaterra promulgó el denominado "Estatuto de la Reina
Ana", mediante el cual los imprenteros obtendrían derechos de
reproducción monopólicos, pero limitados a 14 años, prorrogables a 14
años más, si es que dicho empresario continuaba con vida. Luego de
transcurrido ese período la obra pasaba al Dominio Público, permitiendo
que cualquiera la tomase para reproducirla, para hacer obras derivadas
de la misma, etc sin tener que pedirle permiso al titular de los
derechos. De esta manera nace, la que por aquellos años era considerada
una regulación de corte industrial, el Copyright (derecho a copia).
En ésta instancia se produjo una suerte de intercambio social, del cual
algunos salieron mejor parados que otros: Los imprenteros por un lado
obtenían un monopolio del que antes carecían. La corona tenía la
potestad de otorgar (o no) dichos monopolios, controlando lo que se
publicaba. Y el pueblo cedía su derecho a hacer copias para beneficiarse
con la publicación de mayor cantidad de libros, lo cual obviamente no
implicaba directamente que pudiese acceder a los mismos. Sin embargo, al
ser una norma de tipo industrial, el Copyright por aquellos años era
indoloro para el común de la gente en el sentido en que no se perseguía
a las personas que hicieran copias manuscritas de libros.
Con la experiencia británica del otro lado del Atlántico, en 1787 se incluye en
la Constitución de los Estados Unidos la "Clausula del Progreso" la cual
establecía que se iba a conceder en favor de los autores "derechos sobre
la propiedad creativa" por tiempo limitado, "para promover el progreso
de la ciencia y las artes útiles" creando un sistema federal de
copyright.
Comienza el desmadre
A partir de comienzos del siglo XIX,
el Sistema de Copyright se hizo sucesivamente más fuerte y abarcó áreas
que antes no abarcaba. Respecto de la extensión, de los 14 años
iniciales de monopolio, se extendió sucesivamente hasta llegar a lo que
rige actualmente en la mayoría de los pises: 70 años post-mortem.
Esto quiere decir que el autor obtiene un monopolio sobre la obra hasta
70 años después de su muerte. Si consideramos el "área" de cobertura del
Copyright, vemos que en sus comienzos, dichas normas regulaban sólamente
la publicación comercial de obras. En cambio hoy vemos que regula
cualquier tipo de publicación (comercial o no comercial) y todas sus
obras derivadas. Ocurre algo muy curioso que desafía el sentido común
cuando analizamos rápidamente la evolución del sistema capitalista y la
evolución de, su hijo predilecto, el sistema de copyright desde 1710
hasta la actualidad. A medida que pasaron los años, los ciclos
económicos se hicieron cada vez mas cortos, así un empresario pudo ganar
o perder dinero en menor cantidad de tiempo. Podríamos pensar
racionalmente que conforme los ciclos económicos se acortaban, lo lógico
hubiera sido que el plazo de monopolio de copyright hubiera disminuido
en consecuencia, ya que como dijimos ese monopolio otorgado por el
Estado era para proteger la inversión del editor y fomentar la
publicación de obras. Nada de esto ocurrió. El sistema de copyright
multiplicó su fortaleza gracias al lobby de las grandes corporaciones
del entretenimiento.
Privatizando territorios comunes
Si he logrado ver mas lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes.
Isaac Newton
Podríamos pensar que quizás en algún momento de la historia del sistema
de copyright, haya logrado fomentar las ciencias y las artes y haya
hecho posible que más y más obras sean publicadas. Pero nos hemos
preguntado a que precio? La idea general de que "Nada sale de la nada"
cobra fuerza si pensamos que tanto el conocimiento científico como la
cultura se construyen colectivamente, gracias a pequeños y continuos
aportes realizados individualmente pero capitalizados colectivamente.
Así como ninguno de los edificios que hoy vemos mantenerse en pié
hubiesen sido construidos si 700 años antes de Cristo un tal Pitágoras
no hubiese establecido su famoso teorema, ocurre lo mismo con la música,
la literatura, el cine.
El Profesor Joost Smiers en su libro "Un mundo sin Copyright" afirma que:
"[..]la base filosófica del sistema de copyright actual se apoya en
un mal entendido: la originalidad de los artistas es inagotable,
concepto que se aplica a creadores e intérpretes. Pero la realidad
indica otra cosa, porque los artistas siempre tienen en cuenta las
obras creadas en el pasado y en el presente, y agregan elementos al
corpus existente. Esos agregados merecen respeto y admiración, pero
sería inadecuado otorgar a sus creadores, intérpretes y productores
derechos de exclusividad monopólicos sobre algo que se inspira en el
conocimiento y la creatividad que forman parte del dominio público y
son producto de la labor de otros artistas.[..]"
Un parche para un pantalón agujereado.
A partir de 1710 cedimos nuestro derecho a copiar, pero era algo que no nos molestaba demasiado
porque era difícil ejercerlo ya que no todo el mundo tenía una imprenta
en el patio de su casa. Sin embargo con el surgimiento de las
fotocopiadoras y posteriormente con la digitalización e Internet, ese
derecho que cedimos cobra un valor inimaginable en otras épocas, ya que
los costos marginales de reproducción de obras, tiende a cero. Con mayor
o menor esfuerzo hoy todos somos potenciales autores y editores y el
sueño de hacer accesible el conocimiento y la cultura a la mayor
cantidad de personas posibles nunca estuvo tan cerca como ahora.
Sin embargo quienes ostentan la propiedad de los bienes intangibles a través
del monopolio otorgado por el sistema de copyright, ven en cada persona
capaz de realizar una copia una amenaza a su anacrónico modelo de
negocios. Así las cosas, no dudan en llevar a juicio a adolescentes que
comparten música a través de internet, impulsan legislaciones que
fomenten los sistemas de control de copia invadiendo nuestra privacidad,
etc.
A mediados de la década del 80, Richard Stallman, un programador
estadounidense, viendo como se estaba llevando a cabo la apropiación del
Software, que naturalmente era libre, por parte de las empresas, elaboró
el concepto de Copyleft para gobernar el software que él escribía, pero
que también es aplicable a todo tipo de obras de índole intelectual.
Dicho concepto, basado en el poder que otorga sistema de copyright
actual, establece que una obra Copyleft debe asegurar a quién la recibe
que podrá:
Usarla sin ninguna restricción,
Hacer cuantas copias desee de la misma,
Modificarla de manera conveniente, creando de ésta manera una obra
derivada.
Por último, y para asegurar que la obra se mantendrá libre en el tiempo,
es necesario una condición adicional que obliga a quién realice obras
derivadas a distribuir el resultado con las mismas libertades que
recibió. Hoy en día vemos que muchos autores eligen distribuir sus obras
con licencias Copyleft, porque están convencidos de que es la manera
socialmente justa de relacionarse con quienes las recibirán y porque
entienden que no pueden conscientemente negar la posibilidad de generar
obras derivadas a partir de ésta. Sin embargo para que esto ocurra es
necesario que el autor voluntariamente tome conciencia de lo injusto del
sistema de Copyright. Ante este panorama, es urgente preguntarse si
seremos capaces de luchar contra la injusta distribución de riqueza
intelectual que nos propone el sistema de Copyright usando como arma el
Copyleft, o necesitaremos extirpar el problema de raíz deshaciéndonos
del él y pensando colectivamente un sistema socialmente justo.
"Podemos imaginar fácilmente una cultura donde el discurso circulase
sin necesidad alguna de su autor. Los discursos, cualquiera sea su
status, forma o valor, e independientemente de nuestra manera de
manejarlos, se desarrollarían en un generalizado anonimato. No mas
repeticiones agotadoras: '¿Quién es el verdadero autor?' '¿Tenemos
pruebas de su autenticidad y originalidad?' '¿Qué ha revelado de su
mas profundo ser a través de su lenguaje?' Nuevas preguntas serán
escuchadas: '¿Cuales son los modos de existencia de este discurso?'
'¿De dónde proviene?' '¿Cómo se lo hace circular?' ¿Quién lo
controla?' '¿Qué ubicaciones están determinadas para los posibles
sujetos?' '¿Quién puede cumplir estas diversas funciones del
sujeto?'. Detrás de todas estas preguntas escucharíamos poco mas que
el murmullo de indiferencia: ¿Qué importa quién está hablando?"
Michel Foucault – 1969 - “¿Qué es un autor?”